Hace aproximadamente 4.4 millones de años, dos estrellas masivas se acercaron al Sol, dejando una marca imborrable en las nubes de gas y polvo que rodean nuestro sistema solar. Esta revelación surge de una investigación liderada por Michael Shull de la Universidad de Colorado en Boulder, cuyos hallazgos fueron publicados en The Astrophysical Journal. El estudio arroja luz sobre la estructura e historia del vecindario cósmico de la Tierra, identificando cómo estos encuentros estelares han modelado el entorno inmediato de nuestro planeta.
Según los investigadores, el sistema solar está inmerso en las llamadas «nubes interestelares locales», compuestas principalmente de hidrógeno y helio, que se extienden a lo largo de unos 30 años luz, o aproximadamente 280 billones de kilómetros. Más allá de este límite, el Sol reside en una región galáctica conocida como la «burbuja caliente local», caracterizada por una notable escasez de gas y polvo. Comprender la naturaleza y el origen de estas estructuras es crucial, ya que podrían haber influido en la evolución de la vida en la Tierra durante millones de años.
El estudio destaca que el paso de estas dos estrellas brillantes y masivas cerca del sistema solar provocó una ionización significativa del hidrógeno y el helio en las nubes gaseosas circundantes, un efecto que aún se puede observar en la actualidad. Shull explica que el hecho de que el Sol esté dentro de este conjunto de nubes podría ser un factor importante que contribuye a la habitabilidad de la Tierra, ya que estas nubes pueden protegernos de la radiación ionizante.
Para reconstruir la historia de este entorno cósmico, el equipo de Shull utilizó modelos matemáticos para rastrear las fuerzas que han moldeado la región galáctica alrededor del sistema solar. El análisis se centró en dos estrellas específicas: Epsilon Canis Majoris y Beta Canis Majoris, ubicadas actualmente en las patas delantera y trasera de la constelación del Can Mayor. Los cálculos sugieren que ambas estrellas pasaron a una distancia de entre 30 y 35 años luz del Sol hace unos 4.4 millones de años, una proximidad notable en términos astronómicos.
Durante ese período, Epsilon y Beta Canis Majoris, siendo mucho más calientes que el Sol, emitieron una intensa radiación ultravioleta que ionizó las nubes locales, despojando de electrones a los átomos de hidrógeno y helio y confiriéndoles una carga positiva. Shull señaló que en ese momento, estas dos estrellas habrían sido entre cuatro y seis veces más brillantes que Sirio hoy, convirtiéndose en las estrellas más brillantes del cielo.
El estudio aborda un enigma que ha intrigado a la comunidad científica durante décadas. Observaciones realizadas con el telescopio espacial Hubble revelaron que aproximadamente el 20% de los átomos de hidrógeno y el 40% de los átomos de helio en las nubes interestelares locales están ionizados, una proporción de helio ionizado particularmente elevada.
Para explicar este fenómeno, el equipo de Shull realizó un inventario de los posibles eventos celestes responsables de la ionización. Esto implicó simular el entorno galáctico de la Tierra en el pasado, teniendo en cuenta que el Sol se desplaza a través del gas local a una velocidad de 93,000 kilómetros por hora. Shull describió el proceso como un rompecabezas en el que todas las piezas se mueven: el Sol, las estrellas y las nubes.
El equipo identificó al menos seis fuentes que podrían haber contribuido a la ionización de las nubes circundantes al sistema solar, incluidas tres enanas blancas y la propia burbuja caliente local. Según Shull, este vacío espacial se originó por la explosión de entre diez y veinte supernovas, un proceso que calentó el gas dentro de la burbuja y que aún hoy emite radiación ultravioleta y rayos X, manteniendo elevadas las temperaturas de las nubes que rodean el sistema solar. La contribución de Epsilon y Beta Canis Majoris a la ionización de las nubes locales habría sido tan significativa como la del gas caliente de la burbuja local.
Actualmente, ambas estrellas se encuentran a más de 400 años luz de la Tierra y pertenecen a la clase B, caracterizada por una vida breve y una actividad intensa. Poseen una masa aproximadamente 13 veces superior a la del Sol y alcanzan temperaturas superficiales de entre 21,000 y 25,000 grados Celsius, en comparación con los 5,500 grados Celsius del Sol.
Shull indicó que la ionización observada en las nubes locales desaparecerá gradualmente a lo largo de millones de años, a medida que los átomos recuperen los electrones perdidos en el espacio. El futuro de Epsilon y Beta Canis Majoris está marcado por su naturaleza efímera, y Shull estima que ambas agotarán su combustible y se transformarán en supernovas en los próximos millones de años. Sin embargo, descartó cualquier amenaza para la Tierra, aunque anticipó un fenómeno visual notable: una supernova que estalle tan cerca iluminará el cielo, siendo muy brillante pero lo suficientemente lejana como para no ser letal.
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