La economía china muestra signos de debilidad persistente, con la actividad manufacturera contrayéndose por sexto mes consecutivo en septiembre. Este declive continuo plantea serias preocupaciones sobre la salud de la segunda economía más grande del mundo. Según datos de la Oficina Nacional de Estadística (ONE), el Índice de Gerentes de Compras (PMI) se situó en 49,8 puntos, manteniéndose por debajo del umbral de 50 que indica expansión. Aunque esta cifra representa una ligera mejora con respecto a agosto, no logra revertir la tendencia negativa observada desde abril.
Este período prolongado de contracción se atribuye a una combinación de factores, incluyendo un consumo interno debilitado, tensiones comerciales con Estados Unidos y un entorno internacional desfavorable. La situación plantea dudas sobre la capacidad de China para mantener su ritmo de crecimiento económico.
En contraste con los datos oficiales, la consultora RatingDog, vinculada a S&P, publicó su propio PMI manufacturero, ubicándolo en 51,2 puntos, lo que indica expansión. Esta discrepancia entre los datos oficiales y privados genera interrogantes sobre la transparencia de las estadísticas económicas chinas y la verdadera magnitud de la desaceleración.
Un análisis detallado del PMI oficial revela que solo los subíndices de producción y plazos de entrega se encuentran en territorio de expansión. Los nuevos pedidos, el empleo y los inventarios de materias primas permanecen en contracción, lo que sugiere una demanda débil y una reducción de la fuerza laboral en el sector industrial.
El PMI no manufacturero, que mide la actividad en sectores como servicios y construcción, también experimentó una caída, situándose en 50 puntos, el nivel más bajo desde noviembre de 2022. Este dato refleja la fragilidad del sector de servicios, que apenas evita la contracción, y la debilidad continua del sector de la construcción.
La debilidad del consumo interno se manifiesta en la caída de los precios al consumidor, que registraron su descenso más rápido en seis meses. Esta tendencia indica que los hogares chinos mantienen la cautela en el gasto, a pesar de las políticas de estímulo implementadas por el gobierno.
A nivel externo, la industria china enfrenta la presión de la desaceleración global y la disputa comercial con Estados Unidos. Aunque las exportaciones han mostrado cierta resiliencia, no logran compensar la debilidad del consumo interno.
La divergencia entre los datos oficiales y privados aumenta la incertidumbre sobre el verdadero estado de la economía china. Mientras Beijing busca transmitir estabilidad, los analistas internacionales advierten sobre los riesgos de una recuperación incompleta y la falta de confianza de los consumidores.
Con seis meses consecutivos de contracción en la manufactura, el gobierno chino enfrenta un desafío creciente para revitalizar su economía y mantener su posición como motor de crecimiento global. La presión internacional y los desafíos estructurales internos complican aún más la situación.