Lo que se vivió anoche en el Estadio Cuscatlán no fue solo un partido: fue una lección de fútbol. Panamá llegó, jugó, ganó y se fue entre silbidos… pero con los tres puntos en la maleta y una sonrisa que todavía duele en tierras salvadoreñas.
Mientras la prensa local intenta disfrazar la derrota hablando de “errores arbitrales” y “polémicas decisiones”, lo cierto es que Panamá fue muy superior en todo sentido. Control del balón, orden táctico, fuerza mental y una convicción que no se negocia.
El Salvador solo corrió detrás del balón. Panamá lo hizo correr detrás del resultado.
Desde el primer minuto se notó quién mandaba. La Roja canalera mostró jerarquía, serenidad y una madurez futbolística que solo tienen los equipos grandes. Y sí, los gritos, las banderas y los pitos no sirvieron de nada: el Cuscatlán se quedó mudo cuando cayó el gol panameño.
Panamá no necesita del árbitro para ganar. Necesita solo una cosa: una pelota. Y con eso basta para silenciar estadios y borrar excusas.
Mientras algunos en San Salvador lloran por decisiones arbitrales, en Panamá celebramos el resultado, el esfuerzo y el orgullo nacional.
Porque cuando se habla de fútbol moderno en Centroamérica, Panamá está un paso adelante. Le guste o no a nuestros vecinos del norte, el fútbol ya cambió:
- Nosotros clasificamos, ellos comentan.
- Nosotros jugamos, ellos justifican.
- Nosotros ganamos, ellos se quejan.
Anoche, Panamá no solo ganó un partido. Ganó respeto, identidad y territorio futbolístico. Y aunque duela admitirlo, la capital del fútbol centroamericano ahora habla panameño.